Thursday 10 June 2010

El odio en Colombia, el contagio de Mockus.

Es increíble ver lo rápido que los fanáticos de Mockus desoyeron y transformaron el mensaje de este carismático líder. Las consignas del “juego limpio” y “la vida es sagrada”, rápidamente terminaron convirtiéndose en un odio irracional y una estigmatización del candidato Santos. Es sorprendente que alguien que se crea seguidor de Mockus pueda decir cosas como “que se le puede pedir a un país de gente bruta e inculta” o “todos los votos de Santos son corruptos” o “increíble, ¿cómo es que aun hay gente que puede ser tan estúpida de votar por Santos?” o mi favorito personal: “jamás subestimes la infinita capacidad de este país para decepcionarte”. En esta última, los fanáticos de Mockus tienen razón.

En el bicentenario de nuestra independencia, lo único que ha logrado producir Colombia es odio. Ni siquiera café. Bolívar y Santander jamás se preocuparon por construir una nación grande y fuerte, prefirieron armar a muchos campesinos con machetes y asesinarse. Por desgracia, ninguno realmente ganó. Años después, no contentos, los colombianos encontramos en el azul y el rojo del conservatísmo y el liberalismo más razones para odiarnos. De alguna manera los machetes fluyeron, dirigiéndose con consignas totalitarias y extremistas hacia las extremidades de otros colombianos. Nuevamente, ninguno realmente ganó.

No contentos, incorporamos la doctrina de la combinación de las formas de lucha y la escuela de las Américas, y así, encontramos una nueva excusa para odiarnos. Comunistas y anticomunistas se encontraron nuevamente bajo el tierno sonido del cañón y la relajante melodía de la sangre derramándose. Como es tradicional ya, realmente nadie ganó. Luego, encontramos en el narcotráfico un nuevo enemigo a quien odiar, y a los objetos y sujetos que nos odian: bombas, secuestros, amenazas, sicarios, todos alimentados por el odio hacia el rico, el odio hacia el Estado, el odio hacia el otro cartel. Sociedad y narcotráfico se enfrentaron y lo que es ya risible a estas alturas de la historia, nadie realmente ganó esa batalla. Finalmente, la sociedad, acorralada por el miedo a unas FARC que solo promovían un mensaje de odio, se unió alrededor de la seguridad democrática para odiar a las FARC. Pero ahí no termina la historia. Las FARC lograron unirse para odiar a los paramilitares y viceversa. Las FARC lograron unirse para odiar al ELN y viceversa. Al fin y al cabo, el conflicto actual tiene un número infinito de actores, sin ninguna idea particularmente clara, pero con una semejanza básica: el odio por el otro, ¿cuál?, el que sea, la verdad no importa.

De la misma forma, a partir del odio, las FARC secuestran policías, soldados y civiles, manteniéndolos décadas enteras en el monte. Basados en el odio, los paramilitares entrenaban a sus nuevos reclutas comiéndose la carne humana de un guerrillero. Y es que solo el odio, por el contrario, puede permitir que un ser humano pueda poner excremento dentro de una mina antipersonal, o que se corten personas con moto sierras.

Si el lector en este momento está pensando que la dinámica de la guerra se presta para estas cosas, analicemos nuestro cotidiano vivir. Solamente el Odio puede permitir que un joven profiera cuarenta puñaladas a otro por robarle la billetera que en el mejor de los casos tiene diez mil pesos; solamente el odio puede permitir que a la salida de una simple reunión de copropietarios en un conjunto residencial, las personas terminen amenazándose de muerte. Solamente el odio, puede lograr que –como vi en mi ventana hace tan solo un día- una mujer sea capaz de agredir un bebe de 6 meses en las manos de su madre, solo para amenazarla de muerte.

Un panorama así, muestra que la única forma que conoce el colombiano para unirse es el odio por otro. Para Mockus, esta premisa debía ser desterrada de la sociedad colombiana con educación, con trabajo, con cultura ciudadana. Esa idea me sedujo, debo confesar. Finalmente cambiar la cultura del odio por la legalidad, es precisamente lo que necesitamos. Pero, justamente cuando el viento agitaba las banderas de un cambio en esa dirección, los colombianos no subestimamos nuestra capacidad de decepcionarnos.

Los fanáticos de Antanas desoyeron completamente el discurso y entendieron mal su visión, se unieron en una gran ola verde, que pasó de tener esperanza como eje central, a básicamente lo mismo de 200 años de historia republicana: odio. Las frases introductorias de esta editorial así lo muestran. Como esas, encontré por lo menos treinta. Al final, Antanas no representó el cambio, sino simplemente una nueva forma de unirse para odiar algo. Calificar de estúpidos e ignorantes a los votantes de otro, sea cual sea el candidato, es simplemente unirse a partir del odio. Calificar de corruptos o comprados a los votantes de un candidato es construir identidad a partir del odio. Gritar consignas incendiarias dentro de una celebración democrática como “yo vine por que quise, a mi no me pagaron” es crear odio, y el problema de esto, es que al final, cuando el extremismo se apodera de las ideas políticas, solo hace falta encontrar un arma, y la sangre brotaría con más fuerza hacia el agua. Al fin de al cabo en Colombia pareciera que las ideas son una simple excusa para matarnos y odiarnos.

El odio es lo único que este país conoce. Y si la única propuesta que en cincuenta años ha tocado el punto clave de esta situación, se convirtió en si misma en una fuente de odio, nuestra democracia jamás podrá ser. Porque siempre cualquier idea terminará siendo un pretexto para cercenar los miembros de otros colombianos. Así que, o nos unimos y acabamos con la cultura de odiar a otros colombianos, o hagamos colecta para darle a cada uno de los miembros de nuestro país una AK-47. Al fin y al cabo, la excusa para matarnos, es lo de menos.

Jorge Monroy

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