Thursday 17 June 2010

Colombia 86, el mundial que no fue.

Cuando el mundial de Sudáfrica empieza a llenar de emoción los pulmones y corazones de millones de personas alrededor del mundo y se empieza a ver la intensidad de la fiesta organizada por una nación que tan solo hace veinte años estaba sumida en el “apartheid” y en graves y profundas contradicciones sociales. Suena interesante hacer la reflexión del modelo de país que hemos trazado los colombianos a la luz de una historia que no muchos en esta generación conocen: el mundial de Colombia 1986.

Antes de contar la historia, es importante realizar una mirada al modelo de crecimiento de China, el único país que ha crecido de manera ininterrumpida durante casi cuarenta años a tasas de más del 7%. Este, es un país que en el papel se hace llamar socialista, pero que tiene todo el esfuerzo de su Estado, de su gente, de sus trabajadores y de toda su sociedad enfocada solamente hacia un aspecto: la inversión. Venga de donde venga. Andrés Oppenheimer lo describe bien en su libro “Cuentos Chinos”: mientras en Venezuela el tirano tropical cierra tres días McDonald’s, en su eterna pelea con el capitalismo, los chinos firmaron un acuerdo para abrir mil tiendas de esta tradicional hamburguesa en todo su territorio. Y es muy simple: no importa de donde venga, los chinos castigan socialmente un solo dólar de inversión que se pierda. Ellos han entendido que la inversión extranjera hace que la sociedad aprenda técnicas, adquiera bienes de capital necesarios para la producción, cree trabajo, e inyecta riqueza en toda la sociedad. Claramente, es necesario un gobierno inteligente que logre que esa inversión se transforme en desarrollo. Sin embargo, es evidente que el primer paso para transformar la sociedad es que haya dinero.

Dicho esto, en 1974, la FIFA decidió que, a pesar de todos los argumentos en contra, el mundial de 1986 se celebraría en la república de Colombia, después de una larga gestión del presidente Pastrana. Sin embargo, nuestro país sacó a relucir su mediocridad inherente y su vocación de pobreza con lo que sucedió posteriormente. Gobierno tras gobierno durante doce años, todos usaron el tema del mundial para adquirir réditos políticos, pero, finalmente quedando completamente rezagado dentro de los cronogramas de inversión y de construcción que eran necesarios tener para la aprobación final de la FIFA. Cuatro años antes, en 1982, Belisario Betancourt decidió simplemente renunciar a la realización del Mundial. Las excusas, en el país de la vaca culpable, no se hicieron esperar. Argumentos que iban desde lo ridículo –como la inflación- hasta lo mágico -complot de los patrocinadores de la FIFA contra Colombia- hicieron que el presidente y el congreso renunciaran a la realización de este evento con el argumento oficial de que ese dinero sería mejor invertido en escuelas y hospitales. Inversión, que vale la pena resaltar, no se hizo de todos modos.

Si el gobierno de turno no hubiera sido tan pusilánime, Colombia hubiera podido tener acceso a una de las vitrinas de inversión más grandes que un país puede tener. Para las mujeres que lean este blog, cuyo interés esté lejos del futbol, en el mundial los partidos son posiblemente lo menos trascendental para el país anfitrión, dependiendo de la calidad futbolística de su selección. El país huésped se transforma, por varios años, en el lugar donde: todas las campañas de publicidad se contratan y se producen generando, en los meses anteriores al Mundial, vínculos entre los países participantes con el país anfitrión; se realizan negocios por las transferencias de jugadores, de mercancías, de bebidas, de elementos deportivos, de servicios turísticos, de boletería, entre otra infinidad de cosas. El impacto del mundial no dura, únicamente, el mes durante el que se desarrollan los partidos, sino que es una telaraña que irradia el país anfitrión durante años anteriores y posteriores al mundial.

Las exigencias de la FIFA eran grandes, incluso exageradas, pero hubieran permitido al país un empuje regional sin precedentes. Por ejemplo, se exigía 12 estadios del tamaño del “Campín”, esto hubiera significado que ciudades intermedias hubieran sido parte de la fiesta mundialista, para lo cual hubieran tenido que hacer grandes inversiones para aumentar la capacidad hotelera y de todos los negocios relacionados. Dólares limpios y legales hubieran llegado a estas ciudades, de tal forma que hubieran podido ponerse a punto para mostrarse al mundo. La FIFA exigía también un gran centro de telecomunicaciones nacional para poder realizar un broadcasting global. Esto, hubiera impulsado radicalmente la industria de las telecomunicaciones, mediante la adquisición de nuevas tecnologías y de conocimiento, lo cual no se creó de manera estable, sino hasta veinte años después, luego de que el país viera con perplejidad al mono jojoy saliendo en televisión con un teléfono celular, antes que toda la sociedad Colombiana.

También se exigía un decreto que permitiera la libre circulación de divisas en todo el país. Esto hubiera sido, de hecho, el argumento en contra para quienes esgrimían la inflación como un problema. La circulación de divisas internacionales le hubiera dado a la banca central una estabilidad fuerte de reservas internacionales y, seguido de una política de esterilización de alguna manera consistente, hubiera permitido crear un fuerte colchón de reservas a un bajo costo social.

Las siguientes tres exigencias de la FIFA, hubieran hecho de Colombia un país mucho más competitivo, por lo menos, en los siguientes veinte años: trenes, carreteras y aeropuertos. El mundial del 86 hubiera podido servir de excusa para establecer una red eficiente de transporte incluyente entre regiones, es decir, una red que interconecte los cuatro puntos de la geografía Colombiana para los pasajeros y las mercancías. Para aquellos que creen que esto no es una prioridad, el siguiente dato podría abrir sus ojos: enviar un contenedor desde China buenaventura, es más barato, que enviarlo desde Buenaventura a Bogotá. Aeropuertos, con capacidades grandes, no necesariamente internacionales, en ciudades intermedias, hubieran permitido incluir a las ciudades y permitir un desarrollo mayor de la industria aérea -por medio del incremento en la demanda-, que ya incubaba, para 1986, la crisis que llevó, finalmente, la venta de Avianca, por no mencionar el gran impulso que hubiera permitido a las economías de las ciudades intermedias una mejor logística para el transporte de los bienes que producen hacia otras regiones y otros países.

Pero, ¿qué se hizo? Nada. En cuatro años era imposible hacer lo que se debía realizar en doce. Así que, los colombianos hicimos lo que sabemos hacer mejor: ser pobres. Renunciamos al mundial y abandonamos una gran oportunidad de recibir grandes capitales, hacer negocios, transformar estructuras y aprender del mundo. En cambio, nos encarnizamos en discusiones ridículas: libre mercado, neoliberalismo, sustitución de importaciones, centralismo de la economía, libertad de empresa, etcétera. Mientras discutimos, el mundo se mueve. China enlista a su sociedad en una guerra encarnizada por cualquier dólar de inversión. El mundo, entiende que es preciso crear sociedades que produzcan y que para eso, es preciso que los capitales fluyan, de tal forma que al final, el mundo converge hacia una sociedad con distribución más equitativa del ingreso.

Pero en Colombia, siete mundiales después de nuestro más grande ridículo internacional, aun seguimos discutiendo, nuestro modelo de desarrollo mientras que las voluntades políticas se encuentran lejos de una política de atracción masiva de capitales extranjeros. Ni Santos ni Mockus, lo entienden. Santos, quiere continuar con la política de inversión no productiva, en la cual se venden empresas como Bavaria, sin que se cree un solo puesto de trabajo o se compre una sola maquina nueva. Y Mockus, cuya política se viene cada día más diluyendo en el odio irracional hacia el otro candidato, tampoco entiende que la mejor educación que una sociedad puede tener, parte del aprendizaje de los trabajadores nacionales de técnicas extranjeras, lo cual solo se logra, atrayendo capitales por todas las vías necesarias.

Casi treinta años más tarde, estamos muy lejos de los chinos porque seguimos discutiendo aquello que el mundo ya resolvió hace mucho tiempo. El esfuerzo del Estado debe dedicarse profundamente a atraer toda la inversión extranjera posible. Renunciar a un mundial, es un lujo que los padres de la patria se dieron y que tuvo un costo de oportunidad para los colombianos, costo que aun seguimos pagando. Colombia 86, es un gran ejemplo de lo que está mal en nuestra sociedad, la incapacidad de ponernos de acuerdo y la enorme habilidad de perder el tiempo discutiendo las cualidades mojadoras del agua, mientras el mundo entero se mueve en direcciones concretas. Ojalá que Mockus y Santos entiendan las cosas que son obvias, y realicen, ya sin el mundial encima, las inversiones que necesitamos para ser productivos, sino terminaremos renunciando al mundial del 2030.

Jorge Monroy.

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